Opinión

Feliz convivencia feliz, por Víctor M. Jordán-Orozco 

       En escena, “The Pursuit of Happiness”, una comedia por Richard Dresser dirigida por Mary Hausch: una madre en sus high forties le reclama a su hija, quien está terminando estudios de High School, que no haya enviado las aplicaciones a la universidad.  El padre, un calvo cincuentón, no desea tomar cartas en el asunto y por el momento permanece callado.  Sigo la escena en diagonal desde la última fila del Hippodrome State Theatre, un pequeño y acogedor teatro en el downtown de la ciudad universitaria de Gainesville, Florida. 

      A unas cinco o seis butacas a mi derecha, en la fila anterior, una joven mira la pantalla de su iphone y con su índice derecho, convertido en varita mágica, le da órdenes al aparato.  Al comienzo de la función se le ha pedido a la audiencia que recuerde (por favor) apagar sus celulares, pero la chica ha hecho caso omiso, quizás porque convenientemente dedujo que la solicitud se refería únicamente a las señales sonoras y no a las luminosas.

En escena la hija le pide consejo a su padre, quien ahora ha decidido apoyar cualquier decisión que ella tome.  Es la salida más fácil para un hombre cuyo pensamiento es el producto de la felicidad de los sesenta y su único interés es cuidar su jardín y ahuyentar de manera obsesiva a los bichos y depredadores que constantemente vienen a destrozar sus cultivos.  Es la madre quien no ve con buenos ojos que su hija no siga sus pasos y estudie en su antigua alma mater donde alguna vez, así lo manifiesta, vivió contenta. Según la madre un futuro promisorio para su hija depende de que ella siga sus mismos pasos.

Quien no tiene dudas y está satisfecha es la ifonista, absorta en la empresa multitask de atender lo que ve en su pantalla – quizás un video de You Tube, el último text message de su best friend o el más reciente post en su página de Facebook – mientras la actuación transcurre frente a sus ojos.  Ella no tiene problemas, su pericia le permite atender varios frentes a la vez: ya es una chica universitaria y este sábado ha venido a oír, a veces, y a ver, en ocasiones, una obra de teatro acerca de la persecución de la felicidad, mientras desliza su varita mágica sobre la pequeña pantalla luminosa en donde ahora, imagino, responde a alguna invitación a seguir sus múltiples frentes hasta las bajas horas de la madrugada.

          En el tablado, la pareja rememora su pasado estudiantil, cuando según la esposa sí eran felices, y ambos reniegan acerca de cómo la persecución de la felicidad los ha hecho infelices.  Mientras los actores discuten acerca del significado de la fútil búsqueda, la ifonista ha resuelto ya la disyuntiva y ejerce su derecho a multitask for the pursuit of a happy coexistence.

            Y este es un derecho al que hoy en día se tiene fácil acceso y cuya eficiencia seguirá en aumento.  En una de mis clases, por ejemplo, un estudiante en una de sus composiciones me confesó que él no había tenido amigos hasta la aparición de Facebook.  Este medio le permitió no dar la cara para entablar relaciones y el descubrimiento de este nuevo mundo le trajo nuevas oportunidades.  Mediante esta página le fue posible el ultimate multitask: no salir de casa y socializar, hacer sus trabajos en el mismo computador, ver uno que otro video mientras comía o se tomaba un coffee break y mantenerse al tanto de lo que sus amigos estaban haciendo todo el tiempo.  Además, por supuesto, de lo obvio, mostrar su cara y darle la cara al mundo a través de su página en Facebook.

           El nuevo adquirido derecho a multitask for the pursuit of a happy coexistence permite llevar a los amigos y trabajo a todas partes, como lo hizo magistralmente la chica ifonista el sábado pasado.  Ahora se puede, sin vergüenza, hacer una cita a tomar café y llevar el Apple, el iphone y el ipod y sentirse cómodo con un cable colgando de una de las orejas mientras se brinda la dividida atención tanto a amigos cibernéticos como a amigos presenciales.  O, como el chico que escribió la composición, es posible quedarse el sábado entero socializando desde la comodidad del cuarto, conectado al mundo sin sentirse solo, evitando males modernos como el estrés que produce estar rodeado de mucha gente y el gasto innecesario de gasolina.

         Viene a la memoria la escena en “The Pursuit of Happiness” en la que la middle age couple rememora los sesentas y habla de un tiempo pasado cuando eran felices amándose libremente, protestando e ingiriendo hongos.  Y me doy cuenta por qué son infelices ahora, por qué viven añorando aquellos componentes de la convivencia externa y no los que en el momento los envuelven, los en network e in tune.  Su problema es que están deseando convivir en los ochos como lo hicieron en los sesentas y las reglas de la convivencia externa son otras.  Convivir en 1969 en el amplio gramado de una finca en una zona rural del estado de Nueva York no es una mejor o peor convivencia que estar toda una tarde en un ciber-café en el 2008, simplemente es diferente. 

       Sin embargo, los parámetros de la verdadera convivencia, la que tiene sus raíces en el respeto y bienestar mutuos, siguen siendo los mismos: los parámetros que el sábado pasado le habrían hecho pensar a la ifonista que la luz de su aparato era una molestia para las personas que estaban a su lado y los que le harían pensar a mi estudiante que para convivir, para realmente mejorar en el arte de la convivencia, hay que siempre dar la cara, aunque a veces sea lo más difícil. Convivir no es fácil y no adaptarse a ello o rehuirle no son alternativas que lleven a su manutención.

      El reto decisivo, creo, que enfrenta el arte de convivir (y no estoy muy seguro de que este sea nuevo) es la interferencia de elementos externos como los tecnológicos en un arte que, como todas las artes, surge desde nuestras entrañas.  Cuando llegamos al punto de darle fin a una relación por un medio electrónico, cuando dejamos de reunirnos físicamente, aduciendo incomodidad y falta de tiempo, para tomar decisiones a través de discusiones virtuales y cuando se me despide de mi trabajo sin dar la cara (siempre se hizo pero hoy parece más fácil), ha llegado el momento, una vez más, de examinar el impacto que están teniendo algunos agentes externos en aquello que obstinadamente seguirá renovándose por fuera mientras debe mantener su esencia interna: el arte de la convivencia.